VIDA DE SAN JUAN DE LA CRUZEl 14 de diciembre la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de San Juan de la Cruz, uno de los místicos más profundos de todos los tiempos y el más grande de los poetas de la lengua española. Nosotros lo celebramos como santo Carmelita, figura clave en la Reforma de la Orden que Santa Teresa llevó a cabo. Esta es su vida a grandes rasgos. Nació en Fontiveros, un pueblecito de la provincia de Ávila hacia el año 1542, en la aridez de la tierra castellana. Su vida transcurre en pleno siglo de Oro español: Época de gloria territorial con el Emperador Felipe II, en cuyos dominios no se ponía el sol; época de los grandes escritores: Miguel de Cervantes, Lope de Vega… Época de grandes contrastes: con impresionantes palacios, catedrales y monasterios, pero también con malas cosechas, epidemias y hambrunas que cercenaban la vida de los más débiles. Época, también, de la Inquisición. Fueron sus padres: Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, procedentes de Toledo. Su madre estaba empleada en un pequeño taller de tejedores. Y allí llega en viaje de negocios quien luego sería su padre, Gonzalo; se conocen, se aman y se casan. Pero él es desheredado de sus ricos parientes por casarse con la humilde Catalina. Y tendrá que ganarse la vida como tejedor de seda. En medio de la pobreza nacieron tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Escasea el trabajo y la miseria se apodera de la familia. Para más dolor pronto se quedaron huérfanos de padre. No mucho tiempo después morirá el segundo de los hermanos, Luis. Dicen que si murió de hambre. Su madre con la familia diezmada tiene que emigrar buscando trabajo. Lo encuentra en Medina del Campo. Juan contaba entonces 9 años. De Fontiveros guardará siempre en el recuerdo una anécdota: estando un día jugando junto a una charca, se inclinó demasiado y cayó al fondo. A punto de ahogarse, vio cómo una Señora muy bella le tendía la mano pidiendo la de Juan. Pero, temiendo ensuciarla, no quiso dársela, y es cuando un labrador que pasaba de largo, le ayudó a salir. Siempre creyó que aquella Señora era la Virgen. En Medina, viendo los apuros económicos de su madre, intentará aprender diversos oficios: carpintero, cantero, escultor, pintor…, pero no tenía madera para ello. Mejor suerte tendrá con las letras, pues pronto aprendió a leer y escribir en el colegio de los niños de la doctrina. A los 14 años entró a trabajar como ayudante de enfermero en un hospital de sifilíticos. Allí le tocó palpar la miseria humana y los sufrimientos en toda su crudeza. Y esto lo procuró conjugar con los las clases y el estudio. Ya los 21 años tomó una decisión desconcertante: entrar en el noviciado de los Carmelitas de Medina. A pesar de que tenía mejores ofertas, optó por esta Orden; lee movió a ello el espíritu contemplativo y el amor a la Virgen María. Cambió, como era costumbre su nombre de Juan de Yepes por Juan de Santo Matía. Acabado el noviciado fue a Salamanca para seguir los estudios de filosofía y teología en la universidad, que estaba pasando por un período de esplendor. Acabó los estudios y se sentía insatisfecho de esa forma de vida; ansiaba más soledad y silencio y le atraía la Cartuja. Pero en Medina se encontró casualmente con la Madre Teresa de Jesús, que lee ofreció un proyecto de vida sugerente: reformar la rama masculina de la Orden Carmelita. Aceptó la propuesta, y con dos compañeros más, adaptaron como pudieron una casa vieja que les donaron en Duruelo entre encinares, y el 28 de noviembre de 1568 inauguraron aquel primer convento de Carmelitas Descalzos. La dureza y austeridad con que tenían que vivir eran compensadas con la tarea pastoral en los pueblos de alrededor. Pronto llovieron las vocaciones y el convento se les quedó pequeño Así que fueron cambiando a otros lugares con nuevas fundaciones: Mancera, Pastrana, Alcalá de Henares. Pero Teresa lee reclamó desde Ávila para que hiciese de confesor de sus monjas. Estamos en el año 1572. Pasó allí cinco años felices. Mientras tanto los Carmelitas Calzados se oponían duramente a la Reforma emprendida por los Descalzos. Y una noche, en medio de la oscuridad unos hombres echaron la puerta de su casa abajo y lo secuestraron como un vil malhechor. Le llevaron a Toledo y allí lo ocultaron en un convento, en un calabozo minúsculo, casi sin luz donde le hicieron pasar por un verdadero calvario. Fue una verdadera “noche oscura”, título de uno de los varios poemas que allí compuso. Dios no lo abandonó, y una noche, mientras dormía el carcelero, arriesgando la vida se descolgó como pudo por una ventana que daba a una muralla de la ciudad. Se perdió en la oscuridad y se escondió en el convento de las monjas. Un poco más tarde se consiguió de Roma la independencia, formando así los Carmelitas Descalzos otra orden aparte. Y resumiendo los años posteriores, fue cumpliendo diversos cargos: prior, maestro de estudiantes, confesor de monjas… en distintos conventos: El Calvario en Jaén, Baeza, Granada. El tiempo que le dejaban libre las ocupaciones y los viajes lo dedicó a escribir las obras por todos conocidas: Subida al Monte Carmelo, Noche Oscura, Cántico Espiritual, La llama de amor viva. Pronto entre los Carmelitas Descalzos se produjeron dos tendencias y vinieron las enemistades. Juan, fiel seguidor de las enseñanzas de la Madre Teresa de Jesús, se opuso a rigorismos exagerados que algunos querían imponer y no fue bien visto por los que entonces mandaban; así que fue relegado de todo cargo y hasta pensaron quitarle el hábito de carmelita descalzo. Tuvo deseos de marchar a Méjico. Pero la enfermedad se apoderó de él y le impidió el viaje; unas llagas profundas aparecen en sus piernas y, poco tiempo después le sobrevino la muerte la noche del 13 al 14 de diciembre, cuando contaba tan sólo 49 años en Úbeda. Se fue a cantar maitines al cielo, sin guardar rencor a los muchos que lo lastimaron en vida. Su máxima en todo momento fue: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. Fue ese amor evangélico que impregnó su vida y sus escritos el que lo llevó después a los altares y el que le granjeó los títulos de “Santo” (1726) y de “Doctor de la Iglesia universal” (l926). Fidel Gil, ocd |